lunes, 25 de febrero de 2008

No deberíamos dejar que otros se incendien en nuestro lugar

Despierta en su pecho un dueño.
Atiza aquí, apaga allá. Hace sonar un viento que reverbera.
La identidad, de paso por ahí, lo demora.
Que estés, que no mueras, escucha esto,
sin dejar de extrañar,
sin comprender mi forma atómica.
En la fascinación de este eco
reverdece también un remolino.
Tu debilidad atraviesa dinteles,
despeja cerrojos, y despeina los senderos
que esperaban su turno.
Los pasos se ensanchan.
No sabemos dónde nos lleva el instinto.
¿Es lo que los humanos llaman intuición?
No deberíamos dejar que otros se incendien en nuestro lugar,
pero todo vuela.
Voy a asirme de esta forma
el mayor tiempo que pueda.
Mientras tanto mi anatomía se organiza,
los senderos se orientan:
éstos que iban paralelos y aquellos que se cruzan.
Incluso hoy, frente a un plato de comida,
me siento una línea de puntos.